¿Quién carajos necesita esgrima? [Antonio Carriedo]
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¿Quién carajos necesita esgrima? [Antonio Carriedo]
Se preguntaba seriamente si en verdad no era lo suficientemente clara con su lenguaje corporal. Su ceño fruncido, la nariz arrugada, los ojos entrecerrados, los dientes fuertemente apretados. Incluso su porte, con el pecho ligeramente inclinado hacia adelante y ambas manos en la cadera. Todo indicaba con exacta y perfecta claridad que ella, en ése momento, en ése lugar, con ése queridamente imbécil español, se encontraba con un adorable humor que era cómo para romperle toda la maceta a alguien. Al menos, desde su profesional punto de vista, era así. Pero desde el jodidamente alegre punto de vista de su primo, Andrea sospechaba que éste pensaba que ella se encontraba tan emocionada cómo una chiquilla en un parque de diversiones. Qué mal estaba su cerebro.
-Antonio, yo verdaderamente no quiero hacer esto-Fue lo único que dijo, asegurándose de hacer énfasis en las últimas cinco palabras pronunciadas, entre un tono de desesperación y el tono que utilizarías para hablarle a un niño pequeño. Sólo por si su adorado primo no se había dado cuenta aún de que ella definitivamente no quería practicar esgrima. Mucho menos cuando el resto de la tripulación se divertía de lo lindo en la ausencia del Jefe. Era agradable pasar tiempo con su primo, no podía negarlo. Pero ¿Por qué siempre tenía que llevársela cuando las cosas se ponían prometedoramente buenas?
Cruzó una pierna sobre la otra y observó fijamente a los ojos verdes del mayor, viéndole con marcado reproche. Soltó un suspiro resignado después de un buen rato de diferentes miradas de desesperación. Sabía que no era fácil convencer a su primo de algo contrario cuando él ya había tomado una decisión, cómo en ése momento parecía haber decidido que ella tomaría clases de esgrima a su lado. Cerró los ojos y desvió la mirada con desdén, sin perder el pequeño toque de gracia que desde pequeña le enseñaron a emplear, pero mostrándose tan hostil cómo toda su vida y sobre todo los últimos años cómo pirata le habían enseñado a ser. Miró la larga espada que tenía frente a ella y la movió por unos momentos con torpeza en el aire, soltando un gruñido de frustración.
-¿¡Por qué carajos tengo que aprender a usar la espada?! Ya te dije que no la necesito, Toño. Además, yo solita puedo aprender a usarla si lo considero necesario. ¡Mira esta cosa, ni siquiera es firme!-Exclamó enfurruñada, doblando la espada de esgrima de arriba hacia abajo, jugueteando con ella. Infló levemente las mejillas, poniendo una de aquellas muecas tan adorables que solían funcionar para convencer a su primo de cualquier cosa que quisiera. Andrea en muchas ocasiones agradecía tener un lindo rostro, cómo en ése momento. Pero no podía evitar enojarse cuando los demás piratas la creían una chiquilla vulnerable por verse así. De todas maneras, morderse el labio inferior y mirar hacia arriba con ojos de cachorro mojado era una muy buena táctica de evasión, y por lo general podía esperarse que resultase. Aunque con Antonio nunca se podía tener por seguro nada.
-Antonio, yo verdaderamente no quiero hacer esto-Fue lo único que dijo, asegurándose de hacer énfasis en las últimas cinco palabras pronunciadas, entre un tono de desesperación y el tono que utilizarías para hablarle a un niño pequeño. Sólo por si su adorado primo no se había dado cuenta aún de que ella definitivamente no quería practicar esgrima. Mucho menos cuando el resto de la tripulación se divertía de lo lindo en la ausencia del Jefe. Era agradable pasar tiempo con su primo, no podía negarlo. Pero ¿Por qué siempre tenía que llevársela cuando las cosas se ponían prometedoramente buenas?
Cruzó una pierna sobre la otra y observó fijamente a los ojos verdes del mayor, viéndole con marcado reproche. Soltó un suspiro resignado después de un buen rato de diferentes miradas de desesperación. Sabía que no era fácil convencer a su primo de algo contrario cuando él ya había tomado una decisión, cómo en ése momento parecía haber decidido que ella tomaría clases de esgrima a su lado. Cerró los ojos y desvió la mirada con desdén, sin perder el pequeño toque de gracia que desde pequeña le enseñaron a emplear, pero mostrándose tan hostil cómo toda su vida y sobre todo los últimos años cómo pirata le habían enseñado a ser. Miró la larga espada que tenía frente a ella y la movió por unos momentos con torpeza en el aire, soltando un gruñido de frustración.
-¿¡Por qué carajos tengo que aprender a usar la espada?! Ya te dije que no la necesito, Toño. Además, yo solita puedo aprender a usarla si lo considero necesario. ¡Mira esta cosa, ni siquiera es firme!-Exclamó enfurruñada, doblando la espada de esgrima de arriba hacia abajo, jugueteando con ella. Infló levemente las mejillas, poniendo una de aquellas muecas tan adorables que solían funcionar para convencer a su primo de cualquier cosa que quisiera. Andrea en muchas ocasiones agradecía tener un lindo rostro, cómo en ése momento. Pero no podía evitar enojarse cuando los demás piratas la creían una chiquilla vulnerable por verse así. De todas maneras, morderse el labio inferior y mirar hacia arriba con ojos de cachorro mojado era una muy buena táctica de evasión, y por lo general podía esperarse que resultase. Aunque con Antonio nunca se podía tener por seguro nada.
Andrea Hernández- Mensajes : 7
Fecha de inscripción : 18/04/2011
Re: ¿Quién carajos necesita esgrima? [Antonio Carriedo]
Apenas aquella mañana había notado que algo le inquietaba un poco. No estaban todos en su mejor condición por el último enfrentamiento que habían tenido pero había algo que no dejaba de rondar por su mente; su pequeña prima no podría continuar viviendo combatiendo únicamente con armas de fuego, en algún momento se le acabarían las balas como aquella mañana y a pesar de ser bastante buena en el cuerpo a cuerpo, el lo había experimentado prácticamente en carne propia, nunca estaba de mas que supiera cómo usar armas blancas para no quedar en desventaja.
Se encontraban en medio del océano, extensiones enormes de agua les rodeaban y estaba planeado que no verían tierra en días mientras hacían algunas reparaciones dirigiéndose a ese lugar lo que le daba la oportunidad perfecta al Capitán para poner en práctica su idea mientras llegaban. Sabía que no sería fácil ni mucho menos, claro que hablábamos de alguien con prácticamente de su misma sangre; tenían la cabezonería en las venas. Aun que no por nada era el capitán.
Tras un verdaderamente largo y algo pesado convencimiento había logrado que la joven aceptara aprender al menos el arte de él esgrima. Ahora se encontraban en la cubierta del barco, acompañados únicamente del timonel y el vigía. Había buscado las mejores espadas para esgrima que tenia, no habría excusa alguna para que no lograra aprender. Aun si aquello significaba que ella terminaría asesinándole apenas dominara la espada. No sentía la mirada de reproche en su espalda, —Andrea, es por tu bien— sabia que últimamente le llamaba mucho por su nombre, sin aquel mote cariñoso tan común en el, cosa que no era más que una muestra de lo mucho que le importaba. Tenía en cuenta que ella en algún momento sería capitana, ya fuera de otra tripulación o de la suya y debía perfeccionar tantos tipos de combate como pudiera.
Los ruidos de la entretención bajo cubierta que tenían los demás piratas rompían el silencio tan hermoso que llegaba a dar el océano a quienes se detenían a apreciarlo. Antonio estaba consciente que Andrea quería ir con los demás, inclusive él deseaba ir con su querido Lovino a pasar un rato. Pero no, había preferido estar con la menor y enseñarle la esgrima, no pensaba reclamárselo pero al menos pedía interiormente algo de comprensión.
La mirada esmeralda de Antonio tenía claro solo un mensaje; “Ni con tu mejor carita te libras de esta, Andrea”. Tomo una de las espadas con cuidado e incluso delicadeza, la cual empuño frente a Andrea quien jugueteaba con la otra. Le sonrió de forma suave e incluso comprensiva. — ¿Así que aprender sola? La técnica se desarrolla con la práctica, pero hay movimientos que no aprenderás así —se le notaba incrédulo, un poco. Más que nada era la idea de no dejarle así simplemente—La espada es así, flexible. —Respondió con simpleza, haciéndole dejar de jugar así con la espada. Era obvio que usaba su encanto para obligarle a desistir, pero esta vez no le funcionaria tan fácil. —Mira si puedes darme tres toques te dejare ir. ¿Vale, Andrea-chan?— Tan fácil, ya se dijo. Ya no se denotaba con aquel ligero toque de seriedad de antes, como si estuviera muy feliz de poder enseñarle la esgrima. Se irguió imponente, colocando su otra mano tras la espalda. — ¿Aceptáis el duelo, Andrea Hernández?—
Se encontraban en medio del océano, extensiones enormes de agua les rodeaban y estaba planeado que no verían tierra en días mientras hacían algunas reparaciones dirigiéndose a ese lugar lo que le daba la oportunidad perfecta al Capitán para poner en práctica su idea mientras llegaban. Sabía que no sería fácil ni mucho menos, claro que hablábamos de alguien con prácticamente de su misma sangre; tenían la cabezonería en las venas. Aun que no por nada era el capitán.
Tras un verdaderamente largo y algo pesado convencimiento había logrado que la joven aceptara aprender al menos el arte de él esgrima. Ahora se encontraban en la cubierta del barco, acompañados únicamente del timonel y el vigía. Había buscado las mejores espadas para esgrima que tenia, no habría excusa alguna para que no lograra aprender. Aun si aquello significaba que ella terminaría asesinándole apenas dominara la espada. No sentía la mirada de reproche en su espalda, —Andrea, es por tu bien— sabia que últimamente le llamaba mucho por su nombre, sin aquel mote cariñoso tan común en el, cosa que no era más que una muestra de lo mucho que le importaba. Tenía en cuenta que ella en algún momento sería capitana, ya fuera de otra tripulación o de la suya y debía perfeccionar tantos tipos de combate como pudiera.
Los ruidos de la entretención bajo cubierta que tenían los demás piratas rompían el silencio tan hermoso que llegaba a dar el océano a quienes se detenían a apreciarlo. Antonio estaba consciente que Andrea quería ir con los demás, inclusive él deseaba ir con su querido Lovino a pasar un rato. Pero no, había preferido estar con la menor y enseñarle la esgrima, no pensaba reclamárselo pero al menos pedía interiormente algo de comprensión.
La mirada esmeralda de Antonio tenía claro solo un mensaje; “Ni con tu mejor carita te libras de esta, Andrea”. Tomo una de las espadas con cuidado e incluso delicadeza, la cual empuño frente a Andrea quien jugueteaba con la otra. Le sonrió de forma suave e incluso comprensiva. — ¿Así que aprender sola? La técnica se desarrolla con la práctica, pero hay movimientos que no aprenderás así —se le notaba incrédulo, un poco. Más que nada era la idea de no dejarle así simplemente—La espada es así, flexible. —Respondió con simpleza, haciéndole dejar de jugar así con la espada. Era obvio que usaba su encanto para obligarle a desistir, pero esta vez no le funcionaria tan fácil. —Mira si puedes darme tres toques te dejare ir. ¿Vale, Andrea-chan?— Tan fácil, ya se dijo. Ya no se denotaba con aquel ligero toque de seriedad de antes, como si estuviera muy feliz de poder enseñarle la esgrima. Se irguió imponente, colocando su otra mano tras la espalda. — ¿Aceptáis el duelo, Andrea Hernández?—
Re: ¿Quién carajos necesita esgrima? [Antonio Carriedo]
Una afilada y divertida sonrisa apareció con lentitud en el rostro de la mexicana, reemplazando a la anterior mueca de disgusto que había compuesto al escuchar lo que su primo había dicho acerca de aprender sola a manejar la espada. ¡Por supuesto que podía! O bueno, eso pensaba ella. Después de todo, era la temida Danyerus Beawti, ¿No era así? cómo fuera que lo pronunciaran los ingleses, hace un tiempo que se había enterado que aquella palabra significaba "Belleza Peligrosa", y esto no hizo más que aumentar su ego y hacerla pensar que podría lograr todo lo que quisiera sin ayuda de nadie. Si se había ganado ese nombre, ¡Por supuesto que podía aprender a utilizar una estúpida espada por sí sola! Pero bueno, ya luego discutiría ese tema con Antonio.
En ese momento se le estaba presentando una oportunidad más que tentadora. Observó fijamente a los ojos de su primo con una mirada llena de determinación y entusiasmo. No podía evitar sentirse emocionada siempre que le proponían un duelo, le resultaba imposible negarse a uno, y por lo general solía aceptar antes que incluso meditar si se encontraba en condiciones aptas para combatir. Algo que no era de lo más oportuno a la hora de batallar con el enemigo; Antonio se había encargado de hacérselo saber personalmente de una manera un tanto estricta después de haber cometido una gran impertinencia frente a un temible pirata. La primera y última vez en la que habían logrado secuestrarla del barco.
Su sonrisa oscilaba entra la diversión y la arrogancia. Una mirada que era más que normal en el rostro de la joven pirata. Siempre con los ojos brillando con determinación y astucia, pero con una sonrisa arrogante e incluso imponente en algunas ocasiones. Una sonrisa ambiciosa que resaltaba sus rasgos con una increíble facilidad, los labios surcados con suavidad, los enormes ojos chocolate ocultos tras una cortina de largas y estilizadas pestañas que solían entrelazarse cuando esta entrecerraba los ojos al sonreír, todo esto de una manera que podía incluso interpretarse cómo coqueta inconscientemente.
—Antonio, ¿Acaso piensas pelear contra tu inexperta prima? Qué jodidamente cabrón eres...—La sonrisa se ensanchó aún más, mientras que bajaba la mirada, fingiendo unos morritos infantiles e inflando las mejillas. Soltó un suspiro y negó lentamente con la cabeza—Yo no podría pelear contra tí —Sabía que esta actitud dejaría más que desconcertado a Antonio, y esa idea le agradaba mucho. Funció levemente el ceño en un puchero, y se encogió de hombros, jugueteando con su espada con aires de niña pequeña.
En un abrir y cerrar de ojos, se encontraba corriendo con agilidad hacia el español. Sus pies se movían de manera torpe, nada acostumbrados a moverse con algo tan largo y díficil de manejar, y sus movimientos no eran en lo más mínimo cuidadosos o cumplían con las reglas de la esgrima. Estaba, literalmente, siendo una salvaje. Usando la fuerza bruta, y la inteligencia bruta también.
—¡Pero, cómo insistes tanto, aceptaré!—Exclamó, arremetiendo contra él. Sentía la punta de la espada temblar en sus manos por la torpeza con la que era sujetada de una manera pésimamente mala. Pero parecía no importarle, al parecer, la cabezonería e impertinente idiotez eran de familia.
En ese momento se le estaba presentando una oportunidad más que tentadora. Observó fijamente a los ojos de su primo con una mirada llena de determinación y entusiasmo. No podía evitar sentirse emocionada siempre que le proponían un duelo, le resultaba imposible negarse a uno, y por lo general solía aceptar antes que incluso meditar si se encontraba en condiciones aptas para combatir. Algo que no era de lo más oportuno a la hora de batallar con el enemigo; Antonio se había encargado de hacérselo saber personalmente de una manera un tanto estricta después de haber cometido una gran impertinencia frente a un temible pirata. La primera y última vez en la que habían logrado secuestrarla del barco.
Su sonrisa oscilaba entra la diversión y la arrogancia. Una mirada que era más que normal en el rostro de la joven pirata. Siempre con los ojos brillando con determinación y astucia, pero con una sonrisa arrogante e incluso imponente en algunas ocasiones. Una sonrisa ambiciosa que resaltaba sus rasgos con una increíble facilidad, los labios surcados con suavidad, los enormes ojos chocolate ocultos tras una cortina de largas y estilizadas pestañas que solían entrelazarse cuando esta entrecerraba los ojos al sonreír, todo esto de una manera que podía incluso interpretarse cómo coqueta inconscientemente.
—Antonio, ¿Acaso piensas pelear contra tu inexperta prima? Qué jodidamente cabrón eres...—La sonrisa se ensanchó aún más, mientras que bajaba la mirada, fingiendo unos morritos infantiles e inflando las mejillas. Soltó un suspiro y negó lentamente con la cabeza—Yo no podría pelear contra tí —Sabía que esta actitud dejaría más que desconcertado a Antonio, y esa idea le agradaba mucho. Funció levemente el ceño en un puchero, y se encogió de hombros, jugueteando con su espada con aires de niña pequeña.
En un abrir y cerrar de ojos, se encontraba corriendo con agilidad hacia el español. Sus pies se movían de manera torpe, nada acostumbrados a moverse con algo tan largo y díficil de manejar, y sus movimientos no eran en lo más mínimo cuidadosos o cumplían con las reglas de la esgrima. Estaba, literalmente, siendo una salvaje. Usando la fuerza bruta, y la inteligencia bruta también.
—¡Pero, cómo insistes tanto, aceptaré!—Exclamó, arremetiendo contra él. Sentía la punta de la espada temblar en sus manos por la torpeza con la que era sujetada de una manera pésimamente mala. Pero parecía no importarle, al parecer, la cabezonería e impertinente idiotez eran de familia.
Andrea Hernández- Mensajes : 7
Fecha de inscripción : 18/04/2011
Re: ¿Quién carajos necesita esgrima? [Antonio Carriedo]
Aquella sonrisa no pronosticaba nada bueno para Antonio aun así le miro con completa extrañeza a Andrea cuando le insulto. Quería replicar, en verdad quería; pero ella tenía toda la razón. Era injusto que le enfrentara así nada más…—Siendo adorable no llegue donde estoy, Andrea-chan— pero si había algo que Antonio había aprendido era a no confiar demasiado de ella cuando se tratara de combatir al menos entre ellos. —Sabes que no me detendré hasta que…— Se coloco en defensa para cualquier tipo de ataque que ella lanzara, listo par a lo que se avecino. —Nunca niegas un reto, eh ¿Andrea-chan?— reía de vez en vez, completamente fascinado por el combate aquello no era más que un simple juego que estaba dispuesto a ganar.
Cualquiera fuera de la tripulación que les viera no creería aquella escena; el español se movía con gracia, como si en vez de en un enfrentamiento se dedicara a bailar con la joven frente a él. Quien se movía con gracia, pero no la misma que el español, sino más bien una gracia salvaje indomesticable pero leal. Las espadas chocaban apenas ya que Antonio esquivaba más que atacar, esperando el momento. —Hay Andrea-chan, no siempre ganaras usando únicamente tu fuerza— dejo que la espada de la mexicana le rozara apenas, más no lo suficiente para ser un toque.
Apenas ella le pasó por un lado le dio un pequeño piquete con su espada en el costado. —Toque, no te detengas que serán los tres seguidos— le advirtió, riendo un poco sabiendo que aquello solo la encendería mas. Sentía la fuerza que usaba la mexicana contra la espada, la cual parecía iba a ceder de un momento a otro aun que Antonio confiaba plenamente en que aquella arma no cedería. Sin querer entre la pelea golpearon uno de los mástiles haciendo un corte algo profundo. —son elásticas, pero fuertes— podían herirse de gravedad pero en aquel momento no le importaba mucho.
¿Qué se podía decir? Al hombre le gustaba la mala vida y por mucho. Claro que le dejaría darle el siguiente toque, aun que tampoco buscaba subirle el ego a los cielos no quería terminar en la mar por un ataque de ira de Andrea. Se estremeció al escuchar risillas venir del océano, no había más barcos a la vista, a lo que se asomo notando unos seres femeninos, encantadores, traviesos y peligrosos. Se encogió de hombros volviendo a lo suyo; si Andrea no las notaba él no le diría que estaban ahí. Recibió un toque por distraído, lo que les dejo en un aparente empate. —Toque— exclamo, regresando el mismo toque con el mero impulso del anterior.
Cualquiera fuera de la tripulación que les viera no creería aquella escena; el español se movía con gracia, como si en vez de en un enfrentamiento se dedicara a bailar con la joven frente a él. Quien se movía con gracia, pero no la misma que el español, sino más bien una gracia salvaje indomesticable pero leal. Las espadas chocaban apenas ya que Antonio esquivaba más que atacar, esperando el momento. —Hay Andrea-chan, no siempre ganaras usando únicamente tu fuerza— dejo que la espada de la mexicana le rozara apenas, más no lo suficiente para ser un toque.
Apenas ella le pasó por un lado le dio un pequeño piquete con su espada en el costado. —Toque, no te detengas que serán los tres seguidos— le advirtió, riendo un poco sabiendo que aquello solo la encendería mas. Sentía la fuerza que usaba la mexicana contra la espada, la cual parecía iba a ceder de un momento a otro aun que Antonio confiaba plenamente en que aquella arma no cedería. Sin querer entre la pelea golpearon uno de los mástiles haciendo un corte algo profundo. —son elásticas, pero fuertes— podían herirse de gravedad pero en aquel momento no le importaba mucho.
¿Qué se podía decir? Al hombre le gustaba la mala vida y por mucho. Claro que le dejaría darle el siguiente toque, aun que tampoco buscaba subirle el ego a los cielos no quería terminar en la mar por un ataque de ira de Andrea. Se estremeció al escuchar risillas venir del océano, no había más barcos a la vista, a lo que se asomo notando unos seres femeninos, encantadores, traviesos y peligrosos. Se encogió de hombros volviendo a lo suyo; si Andrea no las notaba él no le diría que estaban ahí. Recibió un toque por distraído, lo que les dejo en un aparente empate. —Toque— exclamo, regresando el mismo toque con el mero impulso del anterior.
Re: ¿Quién carajos necesita esgrima? [Antonio Carriedo]
Soltó un rezongo de frustración e infló las mejillas cuando recibió el primer toque en el estómago. Aferró con aún más fuerza su espada, frunciendo el ceño y conteniéndose por no armarse una rabieta en ese preciso momento. No le gustaba en lo más mínimo perder en nada, mucho menos con su primo. Sin embargo, Antonio tenía mucha razón. No podía detenerse, o lo único que recibiría serían otros dos indignantes toques seguidos en el estómago. Esto sólo la hizo enojar aún más ¡Era mucho más fácil con las pistolas!. Pero no perdió tiempo y dió un ágil salto hacia atrás, comenzando a concentrarse en evadir los ataques antes que atacar. Ella podía con él, estaba completamente segura de ello.
-¡Y-ya verás, tremendo cabrón!-Soltó cariñosamente al fallar uno de sus tantos intentos por darle al Español en el estómago, mordiéndose el labio inferior y observandolo enfurruñada. Odiaba que el tuviese siempre que ser mejor que ella en muchas cosas, lo odiaba, lo odiaba. Admiraba a Antonio, pero su mentalidad de chiquilla competitiva no hacía más que querer hacer un berrinche cada que el Capitán hacía algo mejor que ella. Era buena, pero no tanto cómo su primo.
Frunció mucho el ceño al notar que de pronto el mayor había volteado a ver hacia una de las ventanas que se encontraba tras ella, absorto. Esbozó una maliciosa sonrisa juguetona y no dudó en aprovechar aquel espléndido momento.
-¡TOQUE!-Exclamó triunfante al lograr atinarle un golpe no muy suave y afectoso en el estómago al Español, ensanchando su sonrisita con suficiencia y dispuesta a regocijarse con el ego subido por los cielos, presumiendo algo que en realidad no había sido por su "habilidad" sino por la vulnerabilidad del mayor. Y éste hecho, precisamente, fue el error que volvió a enfurecerla cuando recibió un segundo toque. Bien hecho Andrea, excelentísimo. -¡E-Eso no es justo, idiota! ¡A-A mi me estaba dando el sol en la cara!!-Se excusó infantilmente, inflando las mejillas.
No podía permitirse un golpe más. Estuvo moviendose con agilidad y torpeza combinadas, esquivando e intentando atacar sin éxito alguno, hasta que comenzó a agotarse. Pero pronto sucedió algo inesperado, justo cuando creía que podría empatar al español. Con una sonrisa divertida en el rostro, había arremetido contra el mayor con la punta de su espada, esperanzada con darle un toque en el pecho. Estuvo a nada de lograrlo, pero...
Aquellas insoportables risas llegaron a sus oídos, además de algunos cánticos que resultarían cautivadores para cualquier persona menos ella. Aquellos repugnantes seres. La ira que la invadió fue tan grande que la sonrisa se desdibujó al instante de su rostro, y perdió la total concentración en el juego, simplemente arremetiendo con todas sus fuerzas por lo enojada que estaba, a pesar de que Antonio le había cubrido el ataque. Sin prestar atención, aumentó aún más su fuerza y la soltó mediante su espada, doblándola a tal punto y con tanta fuerza que ésta se partió limpiamente por la mitad. Su punta calló al suelo, y Andrea se hizo hacia atrás respirando pesadamente, con la mirada hacia el suelo y apretando con fuerza los puños y los dientes. Estaba enfurecida.
-Esas perfectísimas idiotas pescado...puta madre, ¡Que vayan a chingar a su puta madre!-Exclamó, dando un paso hacia al frente y sin abstenerse de gritar. Le valía madres si la escuchaba otra persona y la volteaba a ver con extrañeza. Ella odiaba a esos seres, y aún más odiaba que se acercaran a sus seres queridos. Por instinto se colocó frente a Antonio, en un acto de reflejo. No quería que por alguna razón este sucumbiera ante sus encantos. -¡Más les vale no acercarse al barco a esas...esas...grandísimas...!Soltó un bufido frustrado, dando una patada al suelo. Su sola presencia la ponía de un terrible humor.
-¡Y-ya verás, tremendo cabrón!-Soltó cariñosamente al fallar uno de sus tantos intentos por darle al Español en el estómago, mordiéndose el labio inferior y observandolo enfurruñada. Odiaba que el tuviese siempre que ser mejor que ella en muchas cosas, lo odiaba, lo odiaba. Admiraba a Antonio, pero su mentalidad de chiquilla competitiva no hacía más que querer hacer un berrinche cada que el Capitán hacía algo mejor que ella. Era buena, pero no tanto cómo su primo.
Frunció mucho el ceño al notar que de pronto el mayor había volteado a ver hacia una de las ventanas que se encontraba tras ella, absorto. Esbozó una maliciosa sonrisa juguetona y no dudó en aprovechar aquel espléndido momento.
-¡TOQUE!-Exclamó triunfante al lograr atinarle un golpe no muy suave y afectoso en el estómago al Español, ensanchando su sonrisita con suficiencia y dispuesta a regocijarse con el ego subido por los cielos, presumiendo algo que en realidad no había sido por su "habilidad" sino por la vulnerabilidad del mayor. Y éste hecho, precisamente, fue el error que volvió a enfurecerla cuando recibió un segundo toque. Bien hecho Andrea, excelentísimo. -¡E-Eso no es justo, idiota! ¡A-A mi me estaba dando el sol en la cara!!-Se excusó infantilmente, inflando las mejillas.
No podía permitirse un golpe más. Estuvo moviendose con agilidad y torpeza combinadas, esquivando e intentando atacar sin éxito alguno, hasta que comenzó a agotarse. Pero pronto sucedió algo inesperado, justo cuando creía que podría empatar al español. Con una sonrisa divertida en el rostro, había arremetido contra el mayor con la punta de su espada, esperanzada con darle un toque en el pecho. Estuvo a nada de lograrlo, pero...
Aquellas insoportables risas llegaron a sus oídos, además de algunos cánticos que resultarían cautivadores para cualquier persona menos ella. Aquellos repugnantes seres. La ira que la invadió fue tan grande que la sonrisa se desdibujó al instante de su rostro, y perdió la total concentración en el juego, simplemente arremetiendo con todas sus fuerzas por lo enojada que estaba, a pesar de que Antonio le había cubrido el ataque. Sin prestar atención, aumentó aún más su fuerza y la soltó mediante su espada, doblándola a tal punto y con tanta fuerza que ésta se partió limpiamente por la mitad. Su punta calló al suelo, y Andrea se hizo hacia atrás respirando pesadamente, con la mirada hacia el suelo y apretando con fuerza los puños y los dientes. Estaba enfurecida.
-Esas perfectísimas idiotas pescado...puta madre, ¡Que vayan a chingar a su puta madre!-Exclamó, dando un paso hacia al frente y sin abstenerse de gritar. Le valía madres si la escuchaba otra persona y la volteaba a ver con extrañeza. Ella odiaba a esos seres, y aún más odiaba que se acercaran a sus seres queridos. Por instinto se colocó frente a Antonio, en un acto de reflejo. No quería que por alguna razón este sucumbiera ante sus encantos. -¡Más les vale no acercarse al barco a esas...esas...grandísimas...!Soltó un bufido frustrado, dando una patada al suelo. Su sola presencia la ponía de un terrible humor.
Andrea Hernández- Mensajes : 7
Fecha de inscripción : 18/04/2011
Re: ¿Quién carajos necesita esgrima? [Antonio Carriedo]
Negó con la cabeza al escuchar como Andrea gritaba a los cuatro vientos su odio a las sirenas, más que conocido por Antonio. Rio un poco al notar que ella se ponía en posición para defenderlo, mas avanzo a paso firme hacia la baranda pasando a un lado de su prima. Se asomo como si estuviera a punto de saltar donde aquellos seres de tan hermosa voz se encontraban. Les giño antes de darse vuelta y lanzarse en un fuerte abrazo para con la mexicana. —Si dejas la mente en blanco ellas no pueden tomarla— comento con una sonrisa, claro que también su parte demoniaca ayudaba más de lo imaginado a no quedar bajo el poder de las antiguas dominadoras de los aires. —Hay cosas que no importa cuántos talentos tengas, solo aprendes con la experiencia— y eso era lo que él quería enseñarle. Puede que como guardiana haya mantenido un "Arduo" entrenamiento, pero fuera de ahí ella seguía siendo muy inocente y a veces confiada, una confianza que podría traerle su propia perdición.
Aun que Andrea se retorciera como pez fuera del agua... corrección, pescado, Antonio mantenía la suficiente fuerza como para mantenerla quieta, quería que le escuchara.—-Andrea-chan~ esto no puede seguir así, debes aprender a ignorarlas y también debes entender que aun que en esta tripulación cualquiera daría la vida por ti, debes de mantener el cuidado de no necesitar esos sacrificios— soltó por fin a la menor y fue donde estaba el trozo roto de espada, claro que de ser otra persona le habría espetado lo difícil que había sido conseguirlas, y que ya no podría encontrar otras iguales ya que el creador estaba muerto, pero Antonio entendía que con los niños no podías estarlos reprendiendo para que aprendieran.
Miro fijamente a su prima, sin reproches ni molestia pero si con algo de severidad, la de un maestro en busca del máximo de su pupila. —Venga, sabéis mejor que nadie que si hubiera sido un enemigo— aun que él no lo notaba el tono cantarín de su voz podía ser más molesto para ella. Había dejado la frase al aire, seguro de que ella lograría entender el mensaje.
Empuño su arma contra Andrea, sonriéndole divertido aun a sabiendas de que ella podía estallar en cólera en cualquier momento. —Andrea-chan, pon tu guardia que no quiero lastimarte— conocía la posición de la guardia de ella, la había mejorado desde que había dejado la guardia más aun no era lo suficientemente buena para una pelea uno a uno con armas, en opinión de Antonio, claro.
Se acerco a ella y colocándose detrás reacomodo la posición. —La pierna al frente y poner el peso en la de atrás— y si, continuaba molestando a la pobre muchacha. Por fin volvió a su posición original frente a ella, notando aun varios errores. —Andrea-chan, endereza bien la espada o no podrías dar bien el toque— con un paso al frente tomo la muñeca de su prima y con la otra mano sostuvo su cintura, de forma que ella quedara inclinada hacia atrás, mas como un baile que un combate. — ¿Y ese equilibrio del que sueles presumir, Andrea?— comento divertido. Con la misma mano que sostenía la muñeca la jalo hacia adelante. —Ahora, ¡En guardia!— Cuando lanzo el toque se detuvo antes de darle, recordando...
— ¿Dónde está ese equilibrio del que sueles presumir, Antonio?— La sed quemaba en su garganta, pero ni eso, ni el cansancio, ni tampoco el dolor de su cuerpo le hacían detener. Quería ser fuerte, quería liberarse de ese demonio... Se levanto con decisión del piso, fulminando con una vacía mirada esmeralda al viejo capitán. — Te falta mucho por aprender, hijo— apretó los puños a los lados, sintiendo la ira correr por su cuerpo y usando la adrenalina para lanzarse contra él…
—Te falta mucho por aprender…— Calló rápidamente, al notar que otra vez… — ¡Pero aun así eres muy buena, Andrea-chan!—Ahora no era sed lo que le quemaba, si no un pequeño hueco en el pecho que le hizo estremecer de frio. ¿Andrea llegaría a odiarlo…? El enteramiento que solía usar con ella... o cualquiera de sus secuaces era, para dolor suyo, una versión menos dolorosa del que había vivido. Sonrió dejando a la joven darle un toque, duro y doloroso, pero un toque al menos para que no terminara como un puño.
Aun que Andrea se retorciera como pez fuera del agua... corrección, pescado, Antonio mantenía la suficiente fuerza como para mantenerla quieta, quería que le escuchara.—-Andrea-chan~ esto no puede seguir así, debes aprender a ignorarlas y también debes entender que aun que en esta tripulación cualquiera daría la vida por ti, debes de mantener el cuidado de no necesitar esos sacrificios— soltó por fin a la menor y fue donde estaba el trozo roto de espada, claro que de ser otra persona le habría espetado lo difícil que había sido conseguirlas, y que ya no podría encontrar otras iguales ya que el creador estaba muerto, pero Antonio entendía que con los niños no podías estarlos reprendiendo para que aprendieran.
Miro fijamente a su prima, sin reproches ni molestia pero si con algo de severidad, la de un maestro en busca del máximo de su pupila. —Venga, sabéis mejor que nadie que si hubiera sido un enemigo— aun que él no lo notaba el tono cantarín de su voz podía ser más molesto para ella. Había dejado la frase al aire, seguro de que ella lograría entender el mensaje.
Empuño su arma contra Andrea, sonriéndole divertido aun a sabiendas de que ella podía estallar en cólera en cualquier momento. —Andrea-chan, pon tu guardia que no quiero lastimarte— conocía la posición de la guardia de ella, la había mejorado desde que había dejado la guardia más aun no era lo suficientemente buena para una pelea uno a uno con armas, en opinión de Antonio, claro.
Se acerco a ella y colocándose detrás reacomodo la posición. —La pierna al frente y poner el peso en la de atrás— y si, continuaba molestando a la pobre muchacha. Por fin volvió a su posición original frente a ella, notando aun varios errores. —Andrea-chan, endereza bien la espada o no podrías dar bien el toque— con un paso al frente tomo la muñeca de su prima y con la otra mano sostuvo su cintura, de forma que ella quedara inclinada hacia atrás, mas como un baile que un combate. — ¿Y ese equilibrio del que sueles presumir, Andrea?— comento divertido. Con la misma mano que sostenía la muñeca la jalo hacia adelante. —Ahora, ¡En guardia!— Cuando lanzo el toque se detuvo antes de darle, recordando...
— ¿Dónde está ese equilibrio del que sueles presumir, Antonio?— La sed quemaba en su garganta, pero ni eso, ni el cansancio, ni tampoco el dolor de su cuerpo le hacían detener. Quería ser fuerte, quería liberarse de ese demonio... Se levanto con decisión del piso, fulminando con una vacía mirada esmeralda al viejo capitán. — Te falta mucho por aprender, hijo— apretó los puños a los lados, sintiendo la ira correr por su cuerpo y usando la adrenalina para lanzarse contra él…
—Te falta mucho por aprender…— Calló rápidamente, al notar que otra vez… — ¡Pero aun así eres muy buena, Andrea-chan!—Ahora no era sed lo que le quemaba, si no un pequeño hueco en el pecho que le hizo estremecer de frio. ¿Andrea llegaría a odiarlo…? El enteramiento que solía usar con ella... o cualquiera de sus secuaces era, para dolor suyo, una versión menos dolorosa del que había vivido. Sonrió dejando a la joven darle un toque, duro y doloroso, pero un toque al menos para que no terminara como un puño.
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